| 
        
      Cuento de Nochebuena: vía aérea difícil en pediatría 
      Nochebuena
      de 2002. Son las diez y media de la noche. Estoy de guardia. Mi equipo lo
      componemos mi conductor (¿sanitario? pues sí, es capaz de hacer media
      asistencia sanitaria) y yo. Tenemos capacidad de asistencia, pero no de
      traslado. Es lo que se conoce como un “vehículo rápido”. Recibimos
      un aviso muy cerca de donde nos encontramos: accidente de tráfico con un
      niño inconsciente. La UVI más cercana tardará al menos cinco minutos más.
      El directivo sale un momento antes que yo y saca del vehículo a un niño
      en PCR: un cuerpecito del tamaño de mi hijo, con cara de cera y labios
      negros, con unos mofletes que he visto muchas veces. Hemos tardado solo
      dos minutos. Los familiares gritan, nos gritan. Empiezo a hacer RCP básica
      sobre el asfalto de una carretera nacional, mientras siguen pasando vehículos.
      Entre tanto Manuel, mi OTS (perdón por el posesivo), tras 4 gestos y un
      par de palabras (casi no nos hablamos en los avisos, pero nos entendemos
      todo) me acerca un ambú conectado a oxígeno con mascarilla, pide policía
      y prepara el tubo. El niño empieza a dar boqueadas y bajo mis dedos noto
      por primera vez un pulso lento que se acelera más y más. Solo ha
      precisado un par de minutos de RCP. 
      Canalizo
      una vía intraósea con pistola en la tibia. Llega la UVI. Premedicamos al
      niño: atropina, etomidato, succinilcolina. El niño se relaja. La pala de
      plástico contacta fatal y la luz se apaga y se enciende. El otro médico
      me cede el puesto. Pido otro tubo de igual tamaño pero no hay. Solo queda
      el tubo del cinco (balonado). Intubo en posición de “adorar a
      Mahoma”, sobre el suelo. Necesito hacer un giro de tornillo con el tubo
      para que avance. Alguien arranca accidentalmente la aguja intraósea
      (vaya) y un enfermero canaliza una en la mano de forma casi milagrosa. El
      niño satura bien, tiene buena ETCO2, buen pulso radial (no tenemos
      manguito de tensión para su tamaño), ha sido preciso sedarle para el
      traslado porque empezaba a mover extremidades. 
      Está
      bien inmovilizado. Me aseguro que se gestiona el “preaviso” al
      hospital de referencia. Noto la saliva del niño en mi boca. Subimos al niño
      a la ambulancia. Hay 5 patrullas en el lugar. Los familiares nos siguen
      gritando. Cerramos para salir cuando empiezan a golpear la ambulancia. No
      abro hasta no ver cerca una cara conocida. Nos están pegando. Manuel
      tiene el ojo derecho rojo y ve nublado. Querría quedarme a su lado pero
      le dejo a cargo del directivo. Me voy con el niño. Después de la
      transferencia estuve con Manuel en el hospital: tiene diversas lesiones
      que le obligan a una baja de al menos una semana. Intenté cenar pero no
      conseguí más que comer dos langostinos antes de que surgiera más
      trabajo. He llamado a la UCI pediátrica. El niño tiene destrozada C2.
      Está con priapismo, no han visto nuevos movimientos claros de
      extremidades. 
      Nieves de Lucas García 
      SAMUR-Protección civil, Madrid 
      ©REMI, http://remi.uninet.edu.
      Diciembre 2002. 
      Envía tu
      comentario para su publicación  |